El Programa

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La Historia Atlántica propone una escala mayor de análisis para el estudio de vínculos, movilidad de ideas y personas, a la que debemos agregar la capacidad de observar al vehículo motriz de ese vínculo entre América, África, Europa y Oriente que es el navío y, dentro de él, su composición técnica y humana.
Esperamos integrar mejor, como un todo global, este objeto de estudio que es la Historia Moderna y la Historia Americana Colonial en la dinámica del Antiguo Régimen dentro del Espacio Atlántico. Entendemos que el punto de partida conceptual del Antiguo Régimen puede generar perspectivas analíticas convergentes y divergentes, clarificando las cuestiones comunes que afectan a todo el espacio regional y otorgando claridad en el análisis histórico. Comprendiendo esta temática como un espacio común, consideramos que se pueden superar los compartimientos estancos que por mucho tiempo existieron en nuestros respectivos objetos de estudio y que por décadas en vano intentamos desvanecer.
Este programa considera prioritario fomentar el desarrollo de relaciones científicas y culturales de cooperación entre los grupos de trabajo, estableciendo un intercambio de información sobre recursos, programas de formación y proyectos de investigación y desarrollo. Para el cumplimiento de tal objetivo se fomentará el intercambio y la colaboración de los investigadores integrantes del mismo, a fin de realizar conjuntamente actividades tales como: reuniones científicas, actividades docentes y de formación, edición de materiales científicos en formato impreso o digital (en este caso de acceso abierto) entre otras. 


Antecedentes

 

Qué inapropiado llamar Tierra a este planeta
cuando es evidente que debería llamarse Océano
Arthur Clarke

 

Hace más de medio siglo John Parry destacaba que la expansión de Europa no fue deliberadamente planeada ni tampoco voluntariamente aceptada por los no europeos, “pero en los siglos XVIII y XIX resultaba irresistible, a tal grado, que las naciones occidentales consagraron gran parte de su energía a disputarse los despojos” (1952, 7). Las bases de ese dominio fueron preparadas durante el siglo XV (cuando Europa era todavía una pobre península de Asia) y luego, firmemente asentadas en los siglos XVI y XVII. En todo ese contexto de expansión, exploración y conquista ningún pueblo o cultura dentro del Espacio Atlántico se pudo librar de la influencia europea. 

La aparición de un nuevo y complejo escenario marcó un rumbo zigzagueante en Europa, América, África y Oriente (denominaciones geográficas eurocéntricas que comenzaron a constituirse durante este mismo proceso), transformando a todo el planeta y sus relaciones espaciales, sociales y económicas. Es lógicamente cierto que el nuevo panorama cambió de forma brusca la vida de los habitantes del denominado continente americano  de modo cruento y con un elevado costo humano en donde los abusos, la sobreexplotación y los designios imperiales diezmaron a los primeros habitantes del Nuevo Continente pero el mundo entero no fue el mismo luego de 1492.

La población americana, a partir de este traumático encuentro, fue tomando un matiz propio y singular a través de los siglos, primero con la conquista y colonización  y luego en los años independientes. La introducción de millones de africanos como mano de obra esclava modificó la composición étnica de gran parte del continente, ellos, otras víctimas de abusos, trajeron al Nuevo Mundo hábitos, costumbres y manifestaciones culturales que hasta el día de hoy perduran en casi todos los pueblos de América. Ninguna discusión histórica, demográfica o ideológica puede mellar el significado del conflictivo encuentro de culturas en el que perduró  -y perdura aún-  el mestizaje.

Estos caminos trajeron cambios profundos y el Atlántico como espacio fue el escenario, el vehículo y el motor de ese dinámico lugar de interacción.

La importancia que posee un océano y su historia no puede ser medida solamente por los descubrimientos realizados dentro de su espacio sino también por las vivencias y experiencias a las que los hombres dan su justo valor. Las formas de apreciarlas, más allá de lo social, se pueden entender de muchas maneras: a través de la exploración económica por medio de la extracción de los recursos naturales existentes dentro de ese espacio; por el comercio entre sus diversas regiones y por la materialidad de todo ello a través de la navegación marítima (Carvalho Roth, 2013, 69).

Antes de la expansión europea del siglo XV, un sector importante del Atlántico formaba parte del cotidiano devenir del mundo europeo y del norte de África, el cual tenía en el Atlántico su frontera natural. Portugal, Castilla, Aragón, Francia e Inglaterra utilizaban al Atlántico para su subsistencia y como medio de comunicación practicando un fluido comercio marítimo. De este modo gran parte de esta fachada atlántica era bien conocida para el siglo XIV desde el cabo Bojador africano hasta el mar del Norte europeo. Esa navegación costera y pre astronómica permitió a los navegantes aprender con la práctica acerca de los regímenes de los vientos, del rumbo de las corrientes y de las características marinas que podía tomar el mar en cada una de las regiones navegadas. (Carvalho Roth, 2013, 69-70). De este modo, podemos afirmar que la historia Atlántica comenzó mucho antes de la expansión del siglo XV.

La idea de una Historia Atlántica no es novedosa, ella comenzó a seducir a los historiadores a comienzos de la segunda mitad del siglo XX, las circunstancias políticas de la posguerra parecían así exigirlo. El fin de la Segunda Guerra Mundial y el posterior enfrentamiento entre Estados Unidos y la Unión Soviética comenzaron a generar la idea de una comunidad Atlántica, construyendo una identidad occidental, heredera de las culturas greco-romanas y judeo cristianas, diferenciadas del comunismo del este.

Así, ante una inminente alianza político-militar en el espacio Atlántico producto de la Guerra Fría, historiadores franceses, ingleses y norteamericanos comenzaron a observar al Atlántico como una posible unidad de análisis. J. Godechot, pionero en estos estudios editó en 1947 una obra titulada Histoire de l’Atlantique. Más tarde, su visión atlantista quedó definitivamente expuesta en el estudio sobre Le Problème de l’Atlantique au XVIIIème au XXème siècle, que presentó al X Congreso internacional de ciencias históricas  en marzo de 1955. Con esta comunicación el historiador francés suscitó grandes críticas ya que en el contexto de Guerra Fría la oposición entre los historiadores marxistas y el resto de los historiadores estaba exacerbada. Jacques Pirenne en 1948 dio a conocer su obra  l’Histoire Universelle, la que contenía un capítulo dedicado al Atlántico y su espacio. Michael Graus en 1949 publicó Atlantic Civilization Eighteenth- Century Origins y en 1953 la obra de Charles Verlinden Los orígenes coloniales de la civilización Atlántica señalaron la complejidad que la temática estaba generando dentro del campo historiográfico. Todo ello permitió que llegara luego la monumental obra de Huguette y Pierre Chaunu, Séville e l’Atlantique, publicada entre 1955 y 1959, podríamos destacar que estos últimos, con esta obra de largo aliento, crearon los cimientos de lo que sería el sendero a transitar de una historia del Atlántico en la modernidad clásica (De la Guardia Herrero, 2010, 154).

Dentro de ese contexto generado entre los intelectuales de la posguerra europea, Fernand Braudel, con su obra sobre el Mediterráneo, nos hablaba de un mundo y un espacio en transformación en donde se excedía el espacio Mediterráneo. Así, su texto publicado por primera vez en francés en 1949 y en español en 1953 generó nuevos planteos para una historia que se revisitaba y tenía la voluntad de renovarse.

En el prólogo de su obra Fernand Braudel nos advertía que el mar “Es un personaje complejo, embarazoso, difícil de encuadrar. Escapa a nuestras medidas habituales. Inútil querer escribir su historia lisa y llana, a la manera usual” (1953,13). Bien se puede aplicar este concepto al mundo Atlántico. Para el autor, la fuerza de España se vio empujada hacia el Atlántico y provocó en la Península Ibérica un movimiento bascular que llevó a ambas coronas peninsulares a trasladarse desde el Mediterráneo hacia el Atlántico, en el que deberían defender su presencia constantemente amenazada. Braudel nos invitó a salir de los cuadros tradicionales de la historia pretendiendo generar un ambicioso plan como estudiar al mar dentro de la dialéctica, compleja por demás, del espacio y del tiempo. Sus ideas eran claras y concretas, sin embargo, demasiado tardaron los historiadores hispanoparlantes en reconocer a Braudel como un precursor de una metodología para el estudio de la Historia Atlántica. La primera edición en español del Mediterráneo y el mundo mediterráneo tardó 23 años en agotarse en las librerías y exigir una nueva reimpresión.

Así, Historia Atlántica – Sistema Atlántico, fueron conceptos que entraron en la escena  académica y poco a poco se fueron incorporando en las jóvenes generaciones de historiadores, en algunos casos casi sin advertirlo, con una perspectiva de fuerte impronta anglo-americana (Morelli-Gómez, 2006, 3).  

A finales del siglo XV y principios del XVI, nació lo que podríamos llamar una economía-mundo europea. No era un imperio pero no obstante compartía con él algunas características. Pero era algo diferente y nuevo. Era un sistema social que el mundo en realidad no había conocido anteriormente y que constituye el carácter distintivo del moderno sistema mundial (1974, 21)

Para el establecimiento de esa economía mundo capitalista eran esenciales tres cosas fundamentales:

Una expansión del volumen geográfico del mundo en cuestión, el desarrollo de variados métodos de control del trabajo para diferentes productos y zonas de la economía-mundo, y la creación de aparatos de Estado relativamente fuertes en lo que posteriormente se convertirían en Estados del centro de esta economía-mundo capitalista (1974, 73).

Es decir, ese mundo Atlántico generó una especie de “cinta transportadora” de productos americanos hacia Europa de manera constante durante tres siglos.

En su segundo volumen publicado en 1980, el autor extiende su obra hacia el largo siglo XVIII, profundiza sus tesis y continúa con la construcción de su modelo de periferia extendiendo ahora su estudio hacia las colonias sureñas de América del norte, y las del Brasil portugués, añadiendo una nueva periferia a la vieja periferia hispanoamericana en el contexto atlántico. Bastó poco más de una década para que Steve Stern expusiera sus críticas a este modelo de Sistema Mundo, al que Stern acusaba de ser un modelo incompleto para entender la dinámica atlántica. Lo que Stern realizó para la construcción de su crítica fue invertir el modelo de análisis. Es decir mirar a la economía mundo desde la periferia (al fin y al cabo el modelo de análisis propuesto por Wallerstein era un modelo eurocéntrico). En esa inversión y analizando  dos casos americanos, la plata potosina y el azúcar del Brasil, Stern logró demostrar que el modelo de Economía Mundo era limitado, incompleto y contradictorio para realizar un abordaje de la Historia Atlántica. La superación del paradigma creado por Wallerstein radica en que el mismo está centrado en Europa, pero ello no significa que haya que otorgar validez absoluta a los modelos establecidos desde América. Tal vez la búsqueda del equilibrio a través de un análisis regional, libre de todo paradigma, otorgue resultados favorables para construir un conocimiento histórico mucho más genuino. No tardó demasiado tiempo Wallerstein en dar una respuesta a las críticas recibidas, pero éstas generaron más dudas que certezas en el campo historiográfico. Las mismas, transitando por caminos difíciles de recorrer para muchos historiadores, no podían liberarse de viejos esquemas analíticos y ello resulta contraproducente para ampliar el juego de escalas.

Hoy la Historia Atlántica busca respuestas más amplias ante nuevos interrogantes, su éxito historiográfico se ha fortalecido tanto como los estudios culturales, tal vez en esa ampliación se vea involucrada la inclusión de espacios antes relegados dentro de ella. Los estudios sobre el “Atlántico Negro” han llevado el análisis histórico al campo de las permanencias y las transformaciones culturales. Ello ha otorgado un lugar al análisis puramente histórico mas allá de las aproximaciones etnohistóricas las cuales, aunque valiosas por su solidez, habían sido preponderantes en los estudios sobre los africanos y su diáspora. (Morelli-Gómez: 2006, 2). En 1993 Paul Gilroy publicaba un libro con un sugerente título El Atlántico Negro. En su texto el autor se refería al Atlántico como “el medio fluido” elevándolo a una propia esfera cultural dado que el mismo -el océano- había sido el escenario histórico de la trata negrera. De este modo el autor tomaba distancia de construcciones nacionales y étnicas de identidad para ampliar su estudio hacia los diversos procesos de “hibridación” en la historia y la cultura de los africanos en ese escenario tomado como espacio de estudio. Este punto de partida ha provocado que el concepto cultural de Atlántico Negro lleve más de veinte años en discusión, provocando impacto por sus ideas y nuevas propuestas de análisis (Rossbach de Olmos: 2009, 200). Una historia del Atlántico Negro puede constituir también otra alternativa compleja y amplia de abordaje para los estudios sobre el tráfico, la trata y la esclavitud que no debemos dejar de tener en cuenta.

Algunos historiadores han relativizado los alcances que puede poseer una Historia Atlántica propiamente dicha. John Elliott, destaca lo difícil que es saber a ciencia cierta “a qué Atlántico se refieren los atlantistas”,  el autor destaca que en inglés se entendía por “Atlántico” al Atlántico Norte. Españoles y portugueses denominaban “la Mar Océana” al mar que se interponía entre la Península Ibérica y América. Por ese motivo, y para no caer en anacronismos históricos, John Elliott afirma que durante los siglos XVI y XVII no existía un único Atlántico sino que existían tres mares diferenciados (De la Guardia Herrero: 2010, 155):

Un Atlántico norte europeo, que vinculaba a las sociedades de Europa septentrional con los bancos de pesca de Terranova, con los asentamientos de la costa oriental de Norteamérica y con algunos puestos en las Indias occidentales; el Atlántico español de la “carrera de Indias” que unía Sevilla, las Antillas y América Central y del Sur, y por último un Atlántico luso que enlazaba Lisboa y Brasil.

Para Elliott, hacia finales del siglo XVII y durante el siglo XVIII comenzaron los “mundos atlánticos” a relacionarse, integrarse y convivir (De la Guardia Herrero: 2010. 155).

La Historia Atlántica propone una escala mayor de análisis para el estudio de vínculos, movilidad de ideas y personas, a la que debemos agregar la capacidad de observar al vehículo motriz de ese vínculo entre América, África, Europa y Oriente que es el navío y, dentro de él, su composición técnica y humana. Esto nos lleva a otra dimensión de objeto de estudio que es pensar una historia netamente marítima para el Atlántico. En ese contexto, Pablo Moro señala que:

Existía una ley del mar, distinta a las leyes de la tierra donde los hombres convivían, actuaban y disputaban espacios reducidos en sus embarcaciones y para la convivencia –y subsistencia- necesitaban crear sus propias reglas de juego y sus propias leyes. Una ley que, en ocasiones, se alejaba de la ley del estado, se ponía por encima de ella y valoraba a los individuos por su experiencia, por su pericia y por su voluntad. (Moro: 2015, 3)

Según el autor, a medida que Europa se expandía hacia el mar, iba formando nuevas rutas comerciales pero, también, un nuevo espacio, atravesado con lógicas culturales propias y formado por personas distintas que mezclaban sus experiencias y formaban una mentalidad más o menos homogénea. Personas que se constituyeron, a lo largo de los siglos XVI y XVII como marineros. Los doscientos años que van desde principios del siglo XVI hasta fines del siglo XVII comparten, en nuestro análisis, un eje en común que los estructura: la utilización de los océanos como una herramienta con la cual se puede llegar a tierras extrañas; como un puente a otros mundos. En definitiva, la utilización del mar como un medio de transporte hacia lugares ajenos. (Moro: 2015, 4) Los párrafos precedentes nos señalan que existe otro campo de análisis muy prometedor en donde todavía queda un largo camino por recorrer.

Esta propuesta nos está llevando hacia nuevos desafíos para entender la Historia Atlántica en su verdadera dimensión. En este sentido no debemos dejar de observar las pequeñas historias, las historias desde abajo, recurrir a las fuentes y luego a las bibliotecas y dejar de lado paradigmas preestablecidos, Ya Linebaugh y Rediker en  La hidra de la revolución: Marineros, esclavos y campesinos en la historia oculta del Atlántico lo señalan y resaltan, (2004).

Lo señalado en párrafos precedentes no significa rechazar los viejos aportes, en absoluto, el modelo de economía mundo puede ser un disparador que nos  conduce hacia nuevos interrogantes, hacia nuevas propuestas. Desde la aparición de la obra de Fernand Braudel los historiadores somos concientes de la necesidad de abrir nuestra capacidad de análisis para enfrentar el abordaje de nuestros estudios. Tal vez la construcción de una “historia sobre las olas” nos permita llegar a elaborar nuevas miradas para la Historia Atlántica, nuevas miradas desde abajo. Como señala Bailyn: 

El concepto de Historia Atlántica como un todo coherente implica un dramático cambio de orientación desde un enfoque nacionalista, diacrónico y teleológico hacia una perspectiva “horizontal”, transnacional, trans imperial y multicultural” (De la Guardia Herrero: 2010, 155). 

De este modo, podremos integrar mejor, como un todo global, este objeto de estudio que es la Historia Moderna y la Historia Americana Colonial en la dinámica del Antiguo Régimen dentro del Espacio Atlántico. Entendemos que el punto de partida conceptual del Antiguo Régimen puede generar perspectivas analíticas convergentes y divergentes, clarificando las cuestiones comunes que afectan a todo el espacio regional y otorgando claridad en el análisis histórico. Comprendiendo esta temática como un espacio común, consideramos que se pueden superar los compartimientos estancos que por mucho tiempo existieron en nuestros respectivos objetos de estudio y que por décadas en vano intentamos desvanecer.


Objetivos y funciones

 

Este programa considera prioritario fomentar el desarrollo de relaciones científicas y culturales de cooperación entre los grupos de trabajo, estableciendo un intercambio de información sobre recursos, programas de formación y proyectos de investigación y desarrollo. Para el cumplimiento de tal objetivo se fomentará el intercambio y la colaboración de los investigadores integrantes del mismo, a fin de realizar conjuntamente actividades tales como: reuniones científicas, actividades docentes y de formación, edición de materiales científicos en formato impreso o digital (en este caso de acceso abierto) entre otras. Por este motivo estipulamos los siguientes objetivos y funciones:

 

- posibilitar la construcción del campo de la Historia Atlántica desde el aporte de diferentes especialidades de la investigación histórica.

- contribuir a la formación de investigadores científicos mediante la dirección de becarios y tesistas dentro del campo de la Historia Atlántica.

- favorecer al desarrollo y consolidación de diversas líneas de investigación dentro de la temática del programa de Historia Atlántica.

- organizar y participar en reuniones científicas dentro del ámbito académico

- promover relaciones institucionales con todo tipo de organismos del país o del extranjero, a fin de dar cumplimiento a los fines propuestos.

- propender a la transferencia del conocimiento producido hacia los diferentes ámbitos de la sociedad.

- favorecer la existencia de recursos de investigación y documentación, para fomentar el intercambio y la accesibilidad del conocimiento sobre la temática.

- generar actividades de investigación científica, promoviendo la formación de recursos humanos, tanto en el grado como en el posgrado; 

- fomentar el trabajo cooperativo en red para el acceso a los recursos que puedan ofertar las instituciones públicas y privadas, tanto de la comunidad nacional como internacional, con la finalidad de impulsar programas formativos de investigación y de cooperación de interés común.

- promover la formación y el intercambio de investigadores, docentes, extensionistas, becarios y estudiantes en condiciones preferenciales para los miembros integrados a las unidades firmantes

 

 Líneas de investigación:

 

  1. El océano como escenario y espacio vinculante.
  2. Fronteras atlánticas.
  3. El Atlántico negro.
  4. Familias y contactos ultramarinos.
  5. Hidrarquía y jerarquía. Actores, marineros y vehículos.
  6. Migraciones ultramarinas.
  7. Puertos y ciudades portuarias.
  8. Administración de territorios y Justicia.
  9. Hibridaciones, etnicidad, cultura. Resistencias y minorías.
  10. Comercio y comerciantes ultramarinos.
  11. El Atlántico en el origen de la modernidad-colonialidad.
  12. La mirada imperial: viajeros, intelectuales y elites en el espacio Atlántico.
  13. El Atlántico como espacio de circulación ecológica entre los continentes.
  14. Historiografía del Atlántico.
  15. La Historia Atlántica en la enseñanza de la historia.

 


Bibliografía

 

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